Aún después de un
par de meses, siguen sintiéndose los movimientos.
Las patadas,
desplazamientos.
Las entrañas
conservan reflejos de la vida y su fluir que albergaban.
El vientre,
después de meses, resiente las contracciones, las Braxton-Hicks.
“Así se sentía
parir”: al fin descubre.
Ya cuando nada
tenía remedio.
A la hora del
vientre vacío.
A la hora de los
pechos secos y fracasados, transformados en pasas amargas.
El vacío.
Se vuelve a
sentir, de cuando en cuando.
En la risa del
niño ajeno.
En los brazos
maternales reconocidos en otras.
La conmoción de
las tripas reacomodándose,
que rompe como un
trueno en el
centro del
cuerpo.
Del ombligo hacia
atrás.
Onda expansiva,
120 días después.
La punzada,
recordando el primer año. Justo el
primer año.
El dolor vuelve,
intacto.
Cada cierto
tiempo.
Y una se conforma
con el simple hecho de ser capaz de sonreír aún.
Conformarse con
recuperar (un poco) las ganas, la esperanza, el soplo.
Ser capaz,
a pesar de la debacle,
de dar cobijo a
la Alegría.
El dolor haciendo
radiografía,
de tu ser todo.
Ser consciente de
cada dedo,
cada sutura, el
movimiento de
cada órgano,
a medida que el
dolor pasa por él.
La tos,
como recordatorio
de la Herida.
La risa
testaruda, que incluso…
Marzo 2016.